Dos
ciudades. Valencia en el punto A. Nápoles en el punto B. Cientos de personas
desconocidas. Distintos grupos de
amigos. Y un barco. No uno cualquiera, sino el barco que haría que personas de
distintos lugares que hasta ahora no se conocían, emprendieran 3 días de
desenfreno hacia una ciudad que les esperaba con los brazos abiertos. Y esta no
es tampoco una ciudad cualquiera.
Cada
hora que pasaba estaba más protagonizada por la locura y la fiesta. No había
lugar para el aburrimiento, el silencio
o la tranquilidad. Hasta que la última noche la diversión pasó al
flechazo en una mirada. Él iba acompañado de una chica, y ella con sus 3 amigas
estaba dispuesta a pasárselo en grande. Pero sus miradas se cruzaron y ahí
empezó el camino hacia una noche donde no habría ningún no. Ella se las ingenió
para saber si la chica que acompañaba a su futuro amante era su novia. La vida
te da sorpresas y, efectivamente, no eran más que amigos. Todo iba viento en
popa. Y ella tenía la estrategia bien clara, que resultó ser la misma de él: pasar
de una mirada provocadora a introducirte en medio de una conversación para
tratar de entablar más tarde unas palabras, esta vez a solas. Y como en las
películas donde hay esa escena en que el protagonista está en una fiesta, se
deja de escuchar el sonido ambiente y como espectadores sólo escuchamos una
conversación concreta y nada más, como si el mundo se hubiera parado en ese
instante. Y a partir de ahí, la imaginación la pones tú, querid@ curioso.
Ilustración de Micrito
La
vuelta a Valencia, donde residen los dos individuos, fue espectacular
en cuanto a ganas de compartir momentos juntos, conocerse y enamorarse. Incluso
habían llegado a salir fugitivos a altas hora de la noche para encontrarse. Y
lo que parecía ser divertido, empezó a convertirse en una mosca detrás de la
oreja, cuando las llamadas pasaron a ser únicamente de noche y los momentos
para verse a deshoras. Parecía ser que él tenía otras cosas a hacer antes de
verla a ella. Las conversaciones diarias pasaron a ser llamadas puntuales. Y
ella esperaba y esperaba, hasta que decidió cortar por lo sano. “Si no me
llamas, no me llamas, pero tampoco te espero”.
Y del
desespero a la tranquilidad y a la rabia cuando ella descubrió que él había
vuelto a las andadas con una antigua novia. De esas cosas que todos pensamos:
“¿Hubiera sido más fácil si él se hubiera sincerado como lo había hecho hasta
entonces, verdad?” Como dijo Ángel Ganivet, “La
sinceridad no obliga a decirlo todo, sino a lo que se diga sea lo que se
piense”.