"Sucedió en Logroño, hace
dos años y medio. Y podría resumirla como un amor a primera vista, de hecho desde aquel momento creo en
ello, cosa que siempre me
pareció una soberana estupidez.
Eran fiestas de la vendimia, vermuteo, amigos… amigos que se marchan y te dejan
sola con una amiga y se llevan todos tus
enseres vitales (dinero, móvil y tabaco), también los de ella; estábamos conducidas a la indigencia o la vuelta
a casa. Esperando en la puerta de un
bar, decido entrar a buscarlas por enésima vez… y allí, dirigiéndome hacia al final de la barra paso al lado
de ÉL.
¿Que qué me impactó? Sus
ojos. Desde que era pequeña he tenido una gran obsesión por ellos, no por lo evidente, ni lo físico, sino por su
plano más espiritual (de hecho llevo
uno tatuado en la muñeca). Cuando nos cruzamos me di la vuelta y él estaba girado, mirándome.
No hizo falta
más y nos dimos un beso, sin
presentaciones ni tonteos, tampoco ni un ‘hola’. Reconoceré que nunca había hecho nada así, ni tampoco me lo había
planteado; demasiado directo, pero
fue algo más especial, tremendamente íntimo, tanto como un reencuentro de alguien que vuelve a ver a alguien.
Ilustración de Micrito
Lo
hemos hablado un millón de veces
él y yo, fue algo extraño, que dudo que me vuelva a ocurrir; estas cosas pasan una sola vez en la vida,
pero a veces hay que dejar que el
azar y la pasión se den la mano. Estuvimos media hora, nada más. Intercambiamos móviles y al cabo de un mes vino a
verme (vivíamos en diferentes
ciudades).
Sólo diré que fue el mejor fin de semana de nuestra vida, así, sin contemplaciones. A cuatrocientos
kilómetros he dejado mi profesión y mi
contrato indefinido; eso que tanto amaba y valoraba. Ahora me gano la vida de la mano del arte; y, entre tanto,
el día a día, lo disfruto intensamente
con ÉL."